Cierto día emocionados en familia decidimos disfrutar de una película en el cine, al llegar nos dieron la opción de poder verla en 3D (tercera dimensión), nos explicaron que nos darían unos lentes para que se lograran ver los efectos especiales. Nuestra hija, la más pequeña de la familia emocionada comentó que si, que le gustaría vivir esa experiencia. Aceptamos y nos dieron nuestros boletos y claro, nuestros lentes.
No podrían faltar las palomitas para que la diversión fuera completa. Nos acomodamos en nuestros lugares, empezó la película y nos colocamos los lentes para poder ver los efectos en 3D. Al paso de algunos minutos nuestra hija me comentó con voz baja, papá no puedo ver. Mi primer pensamiento fue, pero si tú pediste verla en este formato y ahora resulta que no te gusta, bueno, eso fue lo que pensé. Le comenté que tratara de ver los efectos, que no se tendría que ver como normalmente había visto una película, que precisamente se debería ver de otra manera. Mi hija obediente no me dijo nada y se dispuso a disfrutar de sus lentes. Minutos más tarde volvió a insistir, papá no puedo ver. Me inquietó que no le estuviera gustando ver la película con efectos nuevos, que no disfrutara de su ida al cine. No indagué más y simplemente le insistí, trata de divertirte, además, tú pediste entrar a esta función con lentes especiales. Asentó con su cabecita y siguió mirando la película. Una tercera vez y me insistió, papá no puedo ver. Ya un poco molesto le pedí sus lentes, llegué a pensar que sus lentes estuvieran fallados o simplemente fue una reacción de tratar de responder su afirmación de que no podía ver. Para mi asombro al colocarme los lentes de mi princesa, en verdad no podía ver. Estaban manchados con la grasa de las palomitas, se veían manchas y eso impedía poder apreciar lo que se estaba proyectando en la pantalla. En verdad no se podía ver y solo me limité al principio a que enfocara, a que viera, que disfrutara de la función.
En el matrimonio nos puede suceder algo parecido, en ocasiones nuestras actitudes no son gratas para nuestra esposa(o), y lo más triste es que no nos damos cuenta, no podemos ver, no vemos que estamos dañando nuestra relación matrimonial. En mi caso, por ser una persona organizadora procuro cuidar la puntualidad en mis actividades que realizo, pero en ocasiones al exagerarla provoco disgustos en casa, ocasionando distanciamiento en mi relación. Darme cuenta de esto fue un proceso largo, pero al final beneficioso para mi familia. Ahora procuro no exagerar en mis reacciones, ahora sí puedo ver y ello me ayuda a mejorar mi entorno, no solo con mi amada esposa, también con nuestros hijos, amigos y personas que me rodean.
¿Crees que tienes comportamientos exagerados que hacen que se pierda la armonía en tu hogar, o aún estás en el proceso de no poder verlos?
Del libro "DEL NOVIAZGO AL MATRIMONIO, ¿DÓNDE QUEDÓ EL AMOR?